El arriero tenía un huerto. Os diré: todo lo que él poseía eran dos pares de mulos, el sendero como guía y su huerto. Un día el arriero subió a sembrar tomates. El hombre preparó su huerta y sus plantitas. Cada semana subía la loma entre el valle y la cañada. Regaba sus tomates. Iban creciendo con el sol y con el agua.
Un buen día brotaron las florecillas. El campesino, alegre, bajó la loma. Y al sol le iba cantando:
- ¡Ay!, ¡ay! sol de primavera, que calientas mis plantitas. Que van creciendo contentas. Sol te quiero, se que sin tus rallos las plantitas no estarían creciendo; gracias te doy, pues sin ti no crecerían. Esto es el principio de mi campo de tomates ya florecidos.
Al poco tiempo cuando el arriero volvió, los tomates ya empezaban a brotar. Al día siguiente subió el hombre a su campo y vio sus tomates, ya rojos, para coger. El arriero bajó tan contento al pueblo. Y a los tenderos habló:
-¡Tomates tengo para vender!
Al día siguiente subieron camiones, hombres y cajas. Y unas manos grandes se llevaron parte de los tomates.
Aquella noche, en la huerta, un tomatito pequeño dijo a su compañero:
-¿Sabes? Tengo deseos de viajar, quiero ver el mundo.
El compañero, ya maduro, le dijo al pequeño tomatito:
-No tengas prisa en crecer.
-¿Por qué me dices eso? -Le preguntó el tomatito-
-Vendrán las grandes manos, te meterán en las cajas ya no volverás jamás.
-Sí, pero eso quiero yo, ver el mundo por primera vez.
El maduro respondió:
-Si es así, quiero ir contigo, por primera vez a ver ese mundo, y los tomatitos fueron en las cajas para ver ese mundo por primera vez...
Un buen día brotaron las florecillas. El campesino, alegre, bajó la loma. Y al sol le iba cantando:
- ¡Ay!, ¡ay! sol de primavera, que calientas mis plantitas. Que van creciendo contentas. Sol te quiero, se que sin tus rallos las plantitas no estarían creciendo; gracias te doy, pues sin ti no crecerían. Esto es el principio de mi campo de tomates ya florecidos.
Al poco tiempo cuando el arriero volvió, los tomates ya empezaban a brotar. Al día siguiente subió el hombre a su campo y vio sus tomates, ya rojos, para coger. El arriero bajó tan contento al pueblo. Y a los tenderos habló:
-¡Tomates tengo para vender!
Al día siguiente subieron camiones, hombres y cajas. Y unas manos grandes se llevaron parte de los tomates.
Aquella noche, en la huerta, un tomatito pequeño dijo a su compañero:
-¿Sabes? Tengo deseos de viajar, quiero ver el mundo.
El compañero, ya maduro, le dijo al pequeño tomatito:
-No tengas prisa en crecer.
-¿Por qué me dices eso? -Le preguntó el tomatito-
-Vendrán las grandes manos, te meterán en las cajas ya no volverás jamás.
-Sí, pero eso quiero yo, ver el mundo por primera vez.
El maduro respondió:
-Si es así, quiero ir contigo, por primera vez a ver ese mundo, y los tomatitos fueron en las cajas para ver ese mundo por primera vez...
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