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Alicante, jueves 6 de septiembre de 2018
INFORMACIÓN LOS COMIENZOS DEL FERROCARRIL MADRID-ALICANTE
Nuevamente RENFE ha menospreciado los intereses de los
alicantinos tal cual se ha publicado y comentado estos días, por el
aumento del tiempo del trayecto en AVE entre Madrid y Alicante,
debido a la vetustez de las locomotoras.
Y será interesante recordar
algunos aspectos sobre esta línea, la primera gran línea de ferrocarril
que recorrió España, porque en la necesidad de comunicar Madrid con el mar por vía
férrea, el camino hasta Alicante era uno de los más cortos y la facilidad del trazado en
gran parte por La Mancha, con sus extensas llanuras se ofrecía fácil, sin grandes
montes, que en otros casos habría que franquear. Esta tendencia al mínimo esfuerzo
motivó que se antepusiera la construcción de la línea al Mediterráneo, en vez de la más
necesaria al Océano Atlántico y al Golfo de Vizcaya, adquiriendo en ello gran
protagonismo el malagueño Don José de Salamanca, figura relevante en la Corte de las
finanzas y la política.
Si la llegada al Mediterráneo ofrecía como posibles terminales
Cartagena (distante 525 kilómetros), Valencia, (distante 490 kilómetros por Albacete), y
Alicante (distante 455 kilómetros), muchos fueron los intereses que hubo que vencer y
los argumentos que hubo que sopesar hasta decidirse por nuestra ciudad, con un
puerto de gran tradición mercantil, confirmada desde que en tiempos de los Reyes
Católicos se convirtió en uno de los pórticos de las relaciones comerciales con el
exterior. Y se legisló, y se promovió la participación de capitalistas como los Rothschild
y otros grupos financieros franceses, belgas e ingleses, y los alicantinos reconocieron la
trascendencia que suponía disponer de un “camino de hierro” que uniese el centro de
España con el Mediterráneo, atravesando las provincias de Madrid, Toledo, Ciudad
Real, Albacete y Alicante.
Porque la vía férrea original Madrid-Alicante corría al
principio por las altas llanuras de Castilla y de La Mancha, cortando el Tajo y otros ríos
lentos de menor importancia que, más abajo, desaguan en el Guadiana; pasa después
insensiblemente, sin abandonar la llanura, a la vertiente del río Júcar y del
Mediterráneo, permaneciendo en casi 300 kilómetros a una altitud de 500 metros; al
dejar el río Júcar al Norte, se eleva inmediatamente hasta 900 metros de altitud,
contornea por el Sur las sierras de la Huga y de Higueruela, el Mugrón de Almansa y la
sierra de Enguera, después desciende rápida y regularmente hacia el Mediterráneo
siguiendo el curso del río Molino, y, posteriormente, el del río Vinalopó, río costero que
riega más abajo las llanuras de Alicante y Elche. Así la línea atraviesa en su mayor parte
tierras manchegas, tierras de pan llevar acompañadas de barbechos, en las que
alternan los cereales y leguminosas; viñedos que constituyen la mayor riqueza de la
región; algunos olivares, campos menores de azafrán y plantas barrileras, o huertas allí
donde las norias permiten el riego…
A estos datos escuetos y precisos que la Geografía nos presenta sobre lo que fue
originariamente esta línea férrea, cabría añadir la visión más costumbrista y literaria
que del recorrido Madrid-Alicante ofreció, con el inefable estilo de la época, el escritor
alicantino Vila y Blanco, testigo de excepción del viaje que Isabel II realizó el 25 de
mayo de 1858 para inaugurar la línea de ferrocarril que, tras diecisiete horas, unía, por
vez primera, la capital de España con el mar.
Una deliciosa narración que evidencia
claramente el entusiasmo de algunos por el progreso indiscutible que el ferrocarril
suponía para los sistemas de transporte, aunque dentro del panorama de la sociedad
española del siglo XIX, clasista y tradicional, otros lo rechazaban porque “el tren pasa
junto a los trigales envolviéndoles en humo y quemando las rastrojeras”.
Así, dividida
entre la esperanza y el escepticismo en cuanto al porvenir de los caminos de hierro, y
siendo la de Madrid a Alicante la primera gran línea que cruzaba nuestro suelo, forzoso
es que fuese al mismo tiempo meta de alabanzas y reproches, de suposiciones y de
realidades, que la prensa de entonces publicaba en numerosos artículos y comentarios.
Como el que menciono para terminar, referido al veraneo que el tren propiciaba ya,
escrito el 13 de julio de 1870 en La Ilustración Española y Americana: “…Todos salen a
veranear y ninguno hizo su agosto…
Allá nuestros abuelos, hombres de previsión en
todo, así que el estío llegaba, se preparaban a recibirle dignamente, pero dentro de su
propia casa, para pasar tranquila y reposadamente el verano.”
Hoy podemos asegurar que esta crítica pronto quedó desfasada por uno de los
fenómenos socio-económicos más importantes de nuestra época y que tanta
repercusión tiene en Alicante: el turismo.
Juan Giner PastorCatedrático
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