Padres e hijos
Los vientos del aletargado horizonte tremolan de impaciencia. Las
salpicaduras refrescantes de las intrépidas ondas marinas oxigenan los
pensamientos de azabache. Y la brillante sonrisa del sol mediterráneo
resbala en el cristal de las mejillas de un cielo azul irisado.
Los estudiantes se arremolinan ante sus notas y el verano, entre el
esfuerzo del curso ya acabado y el merecido descanso. Presentan los
resultados a sus padres, énfasis de triunfo, paréntesis desolado. A
ellos están unidos en lo bueno y lo malo. Lazo hermoso de la sangre,
pirueta de genes danzantes, gestos de espejo anudados, reflejos en los
pentagramas vitales.
Padres e hijos, dos formas distintas de mirar el mundo, de enfocar
sus prioridades, de valorar sus posiciones, de mantener sus intereses en
distinto plano. Pero ambas, aparentemente dispares, confluyen en el
mismo punto convergente: la vida.
Padres e hijos, dos mundos a parte que conviven paralelos y que e
veces logran tocarse en lo cotidiano de una relación intermitente del
«vive y deja vivir». Confrontación de pareceres: los que vienen del
pasado, de la experiencia, de la tradición con los que fluyen de la
ilusión por recorrer nuevos caminos lejos de las ataduras de infancia,
del saborear sus propias experiencias añadiendo los ingredientes por
ellos elegidos (música, forma de vestir, de llevar el pelo, los aderezos
que identifican con el grupo al que se quiere pertenecer o parecer, con
la época en que viven, las nuevas posturas ante los problemas, las
ideas, la utilización de nuevas tecnologías, la forma de expresar el
arte...). Padres e hijos, la dinámica siempre es la misma en el caminar
de los siglos.
Pero ambos bagajes culturales confluyen en el mismo punto convergente: la vida.
Rayas en el agua dibujan al dios sol en la playa. La colina de
centeno ha visto bajar por su ladera a padres e hijos con herramientas
de piedra a buscar entre las rocas marinas el sustento. Sobre los verdes
ocre de las algas caminan sumisos por respeto a aquel astro vestido de
poder lumínico que arrebata lo obscuro a la noche para imponer la
claridad de sus amaneceres.
Padres e hijos, el equilibrio se balancea para hacer camino. La historia nunca se ha parado; solo cambia el ritmo.
Los vientos del aletargado horizonte tremolan de impaciencia. Las
salpicaduras refrescantes de las intrépidas ondas marinas oxigenan los
pensamientos de azabache. La misma playa, la misma colina. Los coches
atraviesan las gargantas. Las calzadas, casas y aceras; farolas,
semáforos y rotondas disimulan del sol su presencia. El sol ya no es un
dios, pero las gentes reclaman su presencia para que pinte de moreno sus
pieles en aquella misma arena. Ese sol que en las centrales solares se
maneja.
Padres e hijos confluyen en el mismo punto convergente: la vida, para que avance al ritmo que cada época necesita.
Conflictos generacionales, balanza en movimiento, es la lucha entre
la supervivencia de la especie, de la perdurabilidad de la cultura... y
el avance y la evolución en las mentalidades para construir mentalidades
nuevas con el fin de que el hombre no desaparezca y la cultura no sea
una losa que atrape al ser humano en la Edad de Piedra.
Somos lo que somos y venimos de donde venimos, ese es el legado de
los padres, que van marcando el ritmo de la especie. Cultura y raíces,
identidad y cimientos, bagaje con el que caminamos. Pero seguimos
andando con nuevos aires y por caminos renovados con ideas frescas,
enriqueciendo nuestro equipaje, aumentando los elementos de cultura y
aportando nuevas soluciones a nuestro mundo. Esto es lo que aportan los
hijos.
Los conflictos generacionales son una estratagema que la humanidad
lleva consigo para seguir avanzando, desechando aquello que quedó
obsoleto y nos impide hacer camino y no aceptando las cosas que se
perfilan en el horizonte y serán un lastre para dirigirnos a nuestro
destino...
Nuestros abuelos echaron un pulso a sus padres, nuestros padres
también anduvieron forcejeando para buscar su sitio, nosotros con
nuestros padres también lo hicimos. Ahora, es el turno de nuestros
hijos. Trabajemos por sanear nuestro tiempo, demos a nuestros
descendientes valores y buenos principios que ellos sabrán encauzar su
destino como nosotros lo hicimos. No sabemos lo que viene, a veces ni lo
intuimos, pero si no hipotecamos el futuro los jóvenes sabrán encontrar
su ritmo y podrán labrar su destino.
Respeto entre padres e hijos, porque equilibrando las posturas es como mejor se anda el camino.
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